Hablamos
en este caso de todas las posibilidades de expresión del lenguaje, manifestaciones
de ideas y de sentimientos.
El lenguaje
es uno de los elementos que asegura la vida y la unidad de la memoria colectiva
y, al mismo tiempo, permite la conservación de los elementos constitutivos
de la representación social. Esto último en tanto que la representación
social se expresa y se comparte por la vía del discurso. La idea anterior
nos revela claramente un aspecto esencial de la relación entre la memoria
y la representación. La memoria social se transmite por medio de las
representaciones caracterizadas por su sentido de “compartirse”.
Ellas son, por lo tanto, construcciones que rigen la relación con el
mundo y con el entorno. Esto último hace posible el sostenimiento y salvaguarda
de la identidad de un grupo, convirtiéndose, en este sentido, en forma
de resistencia contra los atentados de las prioridades instrumentales de un
sistema de globalización que pretende borrar las distinciones identitarias
(Tourraine, 1977).
El lenguaje
se erige como un recurso esencial para la transmisión de los sentimientos,
valores y deseos que hacen posible un compartir colectivo. Al margen del lenguaje
no podríamos tejer esta trama necesaria para el sostenimiento de la vida
social que es la vida que nos define como sujetos: nuestros deseos, nuestra historia,
el reconocimiento a través de los otros con los que nosotros vivimos
y con quienes nosotros compartimos nuestra propia vida.
El lenguaje
se encuentra constituido de significados correspondientes a la vida social, de
tal suerte que el lenguaje es el que sostiene las identidades porque emana de
ellas. Dentro de los diferentes niveles de la vida social, las expresiones lingüísticas
expresan siempre su correspondencia socio-histórica con los espacios
en los que tienen lugar.
Dentro
de este conjunto de ideas, las narraciones resultan fundamentales porque las
personas cuentan sus historias y sus vivencias en relación con los otros,
a la vez que ellas reflejan la esencia de su grupo de pertenencia. La narración,
nos dice Zavalloni (2001), posee una dimensión psicológica asociada
a las representaciones del mundo social que evoca los procesos de memoria cargados
por el afecto y las experiencias vividas.
Por otra
parte, los espacios son entendidos como desencadenadores de recuerdos, debido
a su estatuto de referentes materiales y de anclaje y pueden facilitar la expresión
de la memoria social por la vía del lenguaje.
Las conversaciones
y las relaciones, dentro de un lugar delimitado, conducen por si mismas a un
aprovisionamiento continuo de la memoria y de la identidad, como, por
ejemplo, al interior del barrio (convivencia en las tienditas del barrio, en
la calle, en las banquetas, etc.) del grupo que coexiste y cohabita en esa misma
parcela de espacio urbano.
Continuando
con el ejemplo del barrio, podemos mencionar que existen diferentes niveles
de comunicación que van desde los más privados, íntimos
y familiares, hasta los sociales y grupales. Si bien la memoria es individual,
ella revela la pertenencia a un grupo social (Bonardi & Galibert, 2002).
Construcción
histórica de los espacios urbanos
Uno de
los fenómenos centrales para explorar la articulación entre memoria,
pensamiento e identidad social, es la dinámica de la memoria social a
propósito del rol de sus inscripciones de reviviscencia en la apropiación
de y la identificación con el espacio urbano.
La memoria
histórica y colectiva confiere un atributo de identidad a los espacios,
permitiendo a los sujetos provenientes de cierta comunidad, el dotarse de referentes
concretos que se constituyen en factores potenciales que evocan recuerdos.
Nosotros
concebimos el espacio como un fenómeno en el cual existen, entre un conjunto
de elementos, ciertas características a través de las cuales podemos
desentrañar la expresión del poder. Podemos observar que, con
frecuencia, los procesos de planificación establecen sus prioridades en
función de las tendencias económicas y de globalización
que no toman en cuenta las necesidades de identidad de la población y
perturban las relaciones sociales generando, por consecuencia,
una disociación creciente entre el universo instrumental y el universo
simbólico (Tourraine, 1997).
Encontramos,
de esta manera, la importancia del significado histórico que esos espacios
adquieren en cuanto a las experiencias vividas y a las prácticas sociales.
Esto
último se encuentra relacionado con los lazos establecidos con la intención
de alcanzar la satisfacción tanto de necesidades sociales, de identidad
y afectivas, como de supervivencia.
Es fundamental
señalar, en este caso, la importancia de la memoria social
que sostiene a la representación social y dirige una tendencia
de restitución identitaria (Rouquette, 1998, Rateau, 2002).
Espacios urbanos, significación, simbolización
e intersubjetividad
Si bien
los espacios urbanos tienen, entre otros atributos, el físico, poseen
también una significación fundamental que es la de ser espacios
construidos subjetivamente a través de las relaciones entre sujetos.
Existen diversos elementos entremezclados que dan cuenta de este sentido. Hay
aspectos históricos y sociales que han dejado sus trazas e inscripciones
en la atmósfera de cada espacio particular. Vivencias, historias, sentimientos
y afectos derivan en circunscripciones que tejen y matizan la vida cotidiana.
Existen
diferencias importantes entre los espacios. Un espacio público no es
lo mismo que un espacio privado. Los significados no son los mismos. Independientemente
de las diferencias en la manera de habitarlos, son siempre espacios históricos
y sociales.
Evidentemente,
los espacios tienen o poseen siempre características que provienen de
la manera en la cual son concebidos, a partir de las relaciones de poder, ya
que se expresan en los espacios mismos. El espacio encuentra, de esta manera,
una expresión en los espacios privados. Nosotros podemos hablar de una
función especial y de una forma particular de convivencia de la vida
cotidiana que no es la misma en los espacios públicos que en los espacios
privados. El poder se expresa de manera distinta en esos diferentes espacios.
El desenvolvimiento
de la vida es diferente, las motivaciones son también contrastadas. Nosotros
estamos, en ocasiones, obligados a residir o a permanecer en ciertos lugares
sin desearlo y, al contrario, bajo otras condiciones o situaciones, podemos
elegir el momento y las posibilidades ahí adonde queremos. Lo que está
en juego es una cuestión de deseo.
Denise
Jodelet, en su articulo “Memoria de masa: el lado moral y afectivo de
la historia” formula la necesidad de explorar las articulaciones existentes
entre memoria, pensamiento e identidad social centrándose sobre los fenómenos
específicos. Uno de esos fenómenos es “la dinámica
de la memoria social en lo que se refiere al papel de sus inscripciones y reviviscencias
en la apropiación de y la identificación con el espacio urbano.”
(1982, pp. 239-256).
Debemos
señalar la importancia que tiene el espacio urbano al hacer posible que
los procesos de la memoria sean reubicados en su contexto, de tal suerte que
engendran un sentimiento de permanencia, un sentimiento de ser. (Brouillet,
2001).
A partir
de esas ideas, podemos deducir que, una de las consecuencias de la memoria histórica
y colectiva, es la de conferir un atributo de identidad a los espacios. La inscripción
subjetiva en los espacios particulares de elementos culturales, afectivos e
históricos de cierta comunidad, permitiría dotarse de los referentes
concretos.
Estos referentes
consolidan la afirmación de la identidad social, así como la identificación
con el grupo de pertenencia. En este sentido se expresan en la función
que tiene la memoria colectiva en la constitución de la identidad social.
Marie- Claude Groshens (1980) escribe: “La constitución de una
memoria aparece, así, como un elemento indispensable de la producción
de una colectividad, porque, fuera de esto, no podemos ver en donde esto podría
encontrar esquemas reguladores a partir de sus propios recursos” (p.p.
150-151).
La relación
entre la representación social y la memoria colectiva se expresa en una
de las funciones de la representación social, ésta que preserva
la cohesión entre los
individuos y los prepara para pensar y actuar de manera homogénea.
Precisamente
porque es colectiva, la representación social ejerce sobre los individuos
una presión para tratar los hechos sociales de una forma común
(Moscovici, 1989).
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