III.-
¿Qué podemos esperar? o ¿hay algo qué
esperar?
Ante
un panorama como el propuesto, es
de absoluta pertinencia proponer o plantear algunos escenarios que,
sin ánimo desproporcionado, pueden ser considerados o vistos
como posibles en el corto y mediano plazo. Es decir, no hay necesidad
de esperar mucho para ver con toda precisión qué puede
pasar ante un fenómeno como el que se ha descrito. Siendo
así, se puede afirmar lo siguiente: unos de los aspectos
de la globalización y que está teniendo un costo enorme,
al menos para mi país -México-, ha sido la famosa
firma del TLC, donde se le puso como punta de lanza de un vasto
movimiento que debía cubrir a todos los países del
área. Esta estrategia, ¿cómo fue vista por
algunos de los latinoamericanos? Según el politólogo
uruguayo Alberto Methol Ferré, era como comparar al TLC con
el MERCOSUR y decía:
El MERCOSUR nace de la convergencia cultural, el TLC de la
divergencia cultural. Son dos puntos de partida opuestos. Por
eso, uno es Mercado común y el otro zona de Libre Comercio.
El uno es latinoamericano, el otro panamericano. La originalidad
del MERCOSUR es que pone, por primera vez, fundamento económico
común al encuentro de nuestras culturas hispanoamericanas
y lusoamericanas.8
Más adelante, el propio Methol Ferré, amplia esta
afirmación diciendo que, son:
Proyectos
opuestos que necesariamente se revierten sobre la cultura. “Cuando
dos ámbitos culturales heterogéneos se compenetran,
uno hegemoniza inevitablemente al otro”. Esto implica para
México su descastamiento. Samuel Huntington afirmaba: ‘No
hay problema: será México el que se transforme culturalmente
en apéndice norteamericano’.9
La afirmación que hace el politólogo uruguayo es contundente
y sumamente fuerte, en razón de lo que se ha venido mostrando,
esto es, no podemos pensar o imaginar que, efectivamente, la globalización
va a tener ese margen de inclusión casi ilimitado, sobre
todo si lo pensamos en el circuito de las grandes transferencias,
no sólo de capital, sino también de la ciencia y la
tecnología. Esto, por otro lado, ha significado sobre los
hechos la subordinación y el sometimiento, en lo económico
y cultural, de la región latinoamericana –o al menos
así se pretende- a la economía norteamericana. De
ninguna forma se puede afirmar que esto sea una novedad, pero sí
una expresión más del sojuzgamiento con nuevo rostro.
Otro de los aspectos que deben ser trabajados en un futuro próximo
es el que se refiere al plano subjetivo. Con esto se quiere decir
que este vasto proceso ha puesto a nuestros pueblos y sus sociedades
ante un escenario nada deseable, entre otras razones, porque ha
implicado un cambio impresionante en todos los órdenes de
la existencia. Esto también significa que nuestras sociedades
se han tenido que “adaptar” a una serie de transformaciones
de diversa índole, lo que ha dado como resultado desajustes
y fragmentaciones severas, no sólo culturales, sino personales.
Estas son las llamadas ‘actualizaciones’ de la conducta,
de los procederes y las mentalidades a la ‘vida moderna’.
En este orden, una de las notas relevantes de este fenómeno
está en el hecho de pretender o querer un ritualismo homogeneizante,
donde “todos y todo sean iguales”, donde no haya disonancias
o irrupciones incómodas, molestas o ‘enfermizas’,
es decir, donde todo esté estandarizado. Esto es visto como:
el predominio de lo mismo.10, lo que va teniendo, como consecuencia
directa, la anulación de los sujetos y de los pueblos en
su derecho a la diversidad, a la identidad, a ser distintos. Esto
también quiere decir que los sujetos y sus culturas no tienen
“más opción” que un solo y único
modelo económico-social para su desarrollo, al cual hay que
ajustarse dócil y acríticamente, donde lo que menos
importa son sus anhelos, deseos e intereses, porque lo que verdaderamente
vale es subirse al carro de la modernidad y la mundialización,
sin importar los costos que ello tenga. Para muestra un botón:
Estados Unidos pregonó con todo descaro y cinismo que no
hay más civilización que la que ellos imponen. Lo
demás, no importa. Son reminiscencias del pasado y de la
‘barbarie’ humana.
Esto también quiere decir que el despliegue y desdoblamiento
de esta modernización-mundialización ha sido hecha
a través del esquema eurocéntrico u occidental que
no tenía, ni por asomo, las condiciones y las características
que se dieron
en los países centrales. Visto desde nuestro contexto, esto
nos ha llevado por esa lógica a una confrontación
despiadada, descarnada y súbita con nuestra propia condición
y realidad histórica, lo que ha significado un “despertar
tormentoso” y un permanente caminar a contracorriente.
Con estos elementos se puede afirmar que la América Latina,
en su totalidad, está viviendo y padeciendo la ruptura y
el derrumbe, no sólo de vastos cuerpos teóricos, sino
que estamos presenciando la pérdida del horizonte histórico
propio, de no saber hacia dónde vamos, qué queremos,
qué deseamos, con qué medios contamos. Esto, por lógica,
nos pone en un enorme entredicho, a la vez que se muestra la fragilidad
y la vulnerabilidad de nuestros procesos y desarrollos, así
como nuestro, cada vez más, incierto y precario futuro. La
recomposición del orden productivo, científico y tecnológico,
junto con la descomposición de la política y del quehacer
político, ha creado un panorama nada halagador, y menos esperanzador
para nuestros pueblos y países. Para Adriana Puiggrós
significa que: “La modernidad en América Latina no
es una meta a alcanzar, sino la particular forma de su inclusión
en la división internacional del trabajo, de la riqueza y
de la cultura. Esa inclusión no ha sido homogénea
sino que existe un espectro de disonancias entre los países
de la región.11
En efecto, no sólo hay un espectro de disonancias sino de
flagrantes y abiertas contradicciones que muestran a la América
Latina como zona de guerra, entre otros muchos aspectos: su implacable
descapitalización, un endeudamiento feroz, una deuda externa
impagable bajo los términos en que se tiene contratada, una
clase política que es más una parodia y un chiste
de mal gusto, que reales y efectivos gobernantes. No son reiteraciones
ni señalamientos ociosos e insidiosos sino, simplemente,
es la constatación de una realidad que nos está –por
decir lo menos- rebasando. Esto es, los latinoamericanos todavía
no terminamos de ajustarnos y articularnos a la modernidad que se
nos impone. En este orden, Heinz Dieterich planteó una crítica
a la globalización que cobra el peso de una sentencia lapidaria
y, si lo vemos con actitud prudente, considero que coincidimos con
él cuando dice: “…la implementación forzada
del paradigma antropológico dominado por la Ley del Valor
y el homo delonomicus como productor y realizador de la plusvalía,
determina su comportamiento y conducta práctica y lo hace
ver eminentemente utilitarista y esto se presenta en abierta contradicción
con cualquier proyecto humanista de socialización y de recuperación
del sentido de la existencia”.12
En consonancia con estas ideas, todo aquel que se oponga al “proyecto
modernizador” desde la perspectiva de los hijos espirituales
y materiales del libre mercado, de su filosofía social darwinista
y toda la teoría que la sustenta, serán catalogados
y estigmatizados como retrógrados, primitivos, arcaicos y
terroristas por enfrentarse al mercado, al desarrollo, al progreso,
a la modernidad; en una palabra, ‘al mundo feliz que dicen
tener en las manos’. Esta es precisamente la discusión
de fondo. El mundo contemporáneo –entiéndase
occidente,– va mostrando un rostro realmente empobrecido,
paupérrimo, degradante, a pesar de la opulencia que dice
tener. No es posible que se quiera erigir en guía mundial
un pueblo y una ‘clase pensante’ con tan pocos y míseros
argumentos, donde su ‘palabra’ es vacía, hueca,
violenta y belicosa. Esta es la cuestión.
IV.-
Consideraciones finales
Algunas de las conclusiones que podemos obtener se pueden formular
de la siguiente manera. La primera y la más obligada es:
¿De qué forma la América Latina se ha insertado
en esta mundialización? ¿Todavía tenemos posibilidades
o ya se pasó el tiempo y, por lo tanto, estaremos condenados
a producir excedente humano y prescindible? A estos planteamientos
hay una afirmación que debe ser considerada con todo su peso
y es: Un problema
prioritario que se le planteó y se le ha planteado a la región
latinoamericana fue cómo insertarse en la globalización
sin dejar de ser ‘nosotros’; cómo recuperar el
sentido de lo humano y asumirnos en una dirección renovada
donde los valores fundamentales sean, entre otros, la justicia,
la dignidad, la equidad y la capacidad de decidir nuestro destino.
Dicho de otra manera, ser sujetos de la historia. La homogeneización
a la que hacíamos mención, delante de la Otredad,
ha traído como consecuencia el que ninguno de los sujetos,
ni son individualidades ni tampoco son un nosotros. Lo que se ha
dado es un “otro” que reduce y, al reducir, lo hace
con cualquier cosa que desbarata mi identidad, que me niega y me
excluye.13
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