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CULTURA
SINCRONÍAS
Contra rutina
A
fin de “hacer la mañana” los primeros pasos se
encaminaban al expendio de amargos –casia, ajenjo, prodigiosa,
anís con cáscaras de naranja-, donde le servían
un marro; remedio casi infalible, decía a los parroquianos,
para empezar el trabajo; en un envase de refresco taponado con un
pedazo de elote, metía el otro marro al morral, sentenciando:
_Hay que darle su cuartazo al macho, si no se mal acostumbra.
Picosos
En su juventud había trabajado un día -¡un sólo
día!- de su vida, pizcando chiles en la hacienda “La
era”; a las primeras matas, el sudor cuarteó sus manos
en surcos de invisible fuego. Sin titubear, ya viejo, afirmaba:
_¡Si existe el infierno, es de chile!
Desde entonces juró que, en su vida, volvería a trabajar
con sus manos.
Y lo cumplió.
Si los embajadores del gran Moctezuma hubieran
sobrevivido al recibimiento de los señores de Cuextlaxtla
-adobaron con humos picantes, dentro de una troje testa de chiles-,
algo muy parecido rubricarían con sus glifos.
ABC
Docente en uno más de los once pueblos de la meseta tarasca,
profesor de primeras letras -”de Castilla”-, entre los
niños purépechas, enseña; ellos, lo mágico
indio. Desde el primer día les reveló la verdad: niños
–les dijo-, esto que ahora vamos a ver es el mismísimo
diablo: le llaman el ABC-dario -El-ave-sé-diario... Y también
como a mí, el Alfabeto.
Guayabo
El árbol incrementa su generosa abundancia. Varias veces
al día, recogemos la fruta; cuando anochece, caen, con rebote,
sus frutos en nuestro sueño.
Debido a su edad, se encuentra en una etapa de
desarrollo raudal, generoso; en fertilidad incontenible y sabrosa
riqueza: por su peso vencidos, las ramas y los brazos han cerrado
la puerta de la calle; así que al entrar hay que hacerlo
agachados, bajo sus hojas; avanzar dentro del túnel de su
vegetación rasposa, hasta acceder a la casa.
Ya le hicimos puré, comimos al natural,
embodegamos; niños y transeúntes al pasar se llevan
unas guayabas. Aún así, permanece testo de nuevos
frutos, en cada rama.
Aplicación
Así que usted quiere trabajar. ¿Y qué sabe
hacer? ¿Nada? ¿Y cuánto quiere ganar? ¡No,
no: lo que usted diga! ¿Ha estado en la cárcel? ¡Ah
porque ya he guardado allá a dos o tres que se querían
pasar de lanzas!
¿Y cuándo quiere empezar? ¿Ahora mismo? Así
me gusta, pásele.
¿Sabe hacer cuentas? ¿Sí? ¿Hasta que
año estudió? Segundo...
¿Segundo de qué?
La serpentina de humo
Al ocaso, la luz vitral baña el corintio de unas columnas
catedralicias -en el interior de la nave reposan en su catafalco,
bajo una lira de mármol serrano, los restos de los “Insignes
Músicos Sacros Queretanos”-. La monja Clemencia lleva
de la oreja un chivo expiatorio.
_¡Padre, este niño estaba fumando en el recreo!
_No es cierto, padrecito.
_A ver, saca la lengua.
Al par que el párvulo escurre la sonrosada y jugosa forma,
el músico sacro apaga, allí mismo, en el chasqueante
y húmedo cenicero, su puro-cigarro.
_¡Que no vuelva a repetirse: vete! ¡Tzzz...! -retuerce-.
Era cierto: con la serpentina de humo tras las
columnas del patio, los más grandes se le habían pelado,
en el recreo, a la monja.
Casi
era un don
Cuando joven, subía y bajaba andamios con el bote de grava.
_Yo soy albañil, no me da pena: cada quien su oficio. El
doctor me operó las cataratas -todavía me duelen-:
Cuídese –me dijo-, como si trajera piedritas: son las
puntadas! De joven, con unas pinzas, yo solo llegué a enrayar
mi bicicleta: como están coatrapeados, es lo más difícil
-añade, nostálgico-: Más antes, en el rancho
quien traía bicicleta casi era un don.
Tío Emiliano
Ya viejo, con un librito en el pecho, se volvió gran rezandero:
santa María egipcíaca, Simeón estilita, Macario
abad, san Benito, en Monte Casino-; y escrupuloso, como un padre
del desierto -no dejaba dormir, con sus gruesos rosarios en voz
alta, letanías y oraciones: al santo ángel custodio,
la buena muerte, y toda la cohorte celestial-. Y al despertar, con
golpes que atravesaban el pecho y persignadas interminables: ¡Otra
vez, la burra al trigo! Hasta que un día, le marqué
el alto.
_ ¡No, señor, por mí no ande
rezando. Por usted sí; todo lo que quiera; no por mí:
no me chingue!
5 a.m.
Llega en la noche la máquina del tren a la estación
de carga; y nadie la conduce, a todos lleva: Sin más que
ser un silbo de canción, desde la infancia.
El Tiempo esteta
En el autobús en marcha, qué familiar sonrisa; qué
rostro tan olvidado y conocido. Corresponde el saludo -en los asientos,
los pasajeros regresan al calor y descanso de la estufa, la tv,
la cama-.
¿Quién es, dónde nos conocimos?
Hasta que encuentro el parentesco, sí, con
otra amiga. Voy, le pregunto: ¿Y tu hermana?
_Yo no tengo hermanas.
Tierra rodante: trágame. Así que no es la imaginada.
Pero, quién es.
Sin darse por ofendida, la amiga del impactado
por la desmemoria, aún bajo los efectos del cloroformo: ¿No
te acuerdas de mí, verdad?
Ante el parabrisas, la avenida nublada.
Los pasajeros saben por un momento, que llegará día
que aún queriendo, ya no harán más este trayecto.
De espaldas en el volante, el chofer por el espejo retrovisor, parece
entreverlos.
A sabiendas que el tiempo es un esteta cirujano
plástico que transforma –y, a veces, hasta hacernos
irreconocibles-, a sí misma se presenta, con inequívoca
naturalidad.
_Yo soy Laura.
Muchachas del barrio alegre
Año con año encabezan la peregrinación a los
santuarios cordiales, en romería al Tepeyac; Plateros, el
Cubilete, Chalma; incluso, llegan entre quetzales, a Esquipulas.
_Hay peregrinos de a pie, de camión, de
barco y por aire, en los aviones; pero nunca había sabido
de quienes lo hicieran de nalgas; nosotras, con tanto bache, ya
no sentimos las nalgas.
_¡Caminos de penitencia; no, hijo de mi alma: algo duro!
A bordo de un ambulante dispensario, atendido por
piadosas magdalenas, alegres pirujas; solícitos tranvesttis,
gays, maricones enfermeros vendan piernas; frotan raspones; revientan
ampollas a los romeros.
_Aquí te curamos chato.
_Vas a ver cómo te vas a sentir mejor!.
_Y mañana te espero, éh.
Distribuyen por el camino desayunos y comidas gratis.
Escrupulosos caminantes, rehúsan el pan de pecado de sus
solícitas cariñosas manos.
_¡Qué delicado, chato!
Crítico de mierda
Cuates y acompañantes. El tiempo vuela cotorreando normal;
hasta que un espontáneo -colado-, tras contemplar dibujos
y cuadros en la pared, exclama:
_¡Son una mierda!
Miniño deja que el inopinado crítico
siga despotricando, y al desahogar, pronto aclara.
_Maestro, éstos cuadros son míos: espérate,
también hay aquí de mi compañera.
En vez de bajarse, el espontáneo arroja
la cuba a las viñetas, óleos, acrílicos, güáshes
con estampas alquímicas del tarot medievales, en tintas pendientes.
A voz en cuello, despotricando:
_¡De todos modos, me valen!.
Continúa...
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