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CULTURA
SINCRONÍAS
Miniño entonces se deja ir contra el crítico:
trenza a patadas-chingadazos-; y sin saber de dónde o cómo,
aparece irguiendo un zapapico por el mango:
_¡Ahorita te hago un hoyo, a ver si te gusta,
cabrón crítico de mierda!
No había más, todos lo apoyamos.
El
bandido del cerro de la rosa
Albino y su compadre Praxedis Frade, caminaban de noche, con su
recua de burros manaderos, cargados con costales de semillas; previamente
desarticuladas, las armas revueltas con el maíz, -y el parque-,
las balas de carabina y máuser en los yutes de los frijoles:
con destino al Cerro de la Rosa.
En pago, de los alzados recibían reses; carneros y chivos
-con cardos o cadillos en las barbas y pinchos entre la lana-, que
una vez arreados por tierra, ya en casa sacrificaban, para vender
en menudeo o en canal.
Parapetado en las cumbres del Cerro de la Rosa,
había ganado fama de guerrillero -si bien, es cierto que
con el tino invencible de su brazo, no menos que con el esfuerzo
de sus valientes-: Ejércitos federales se habían batido
contra las gavillas cristeras de Sánchez; la mayoría
de las veces, con funestas consecuencias. Para sustento propio y
éxito de su empresa, emprendía periódicas rebatiñas
por rancherías y haciendas de las inmediaciones.
Pagaba generosamente: A los simpatizantes de la
causa; a los amigos, capaces de burlar el cerco y el espionaje ateo,
para traernos parque y armas, hay qué pagarles el triple:
exponen su vida por la misma causa, señores.
_”¡Viva Cristo Rey!”
_Albino, tú que has oído: ¿qué
se cuenta de mí por allá, en Querétaro?
Le contestó la verdad:
_¡Qué quieres que digan, pariente, que eres un bandidazo!
_¡Válme, si no es pa’ tanto, nada más
unas vaquitas!
El bandolero reía sabroso, pepenando el cangrejo del bigote.
-_¿Y qué más Albino?
_Que eres casi invencible, mi general!
_¿De veras eso dicen allá?
_¡De veras, mi general, eso dicen!
Entonces se le vidriaron las pestañas, con
una alegría íntima e indescriptible, y en un hilillo
de voz, expresó, su anhelo más caro:
_¡Quién los oyera!
Pelos
A la vuelta de las estaciones, un franciscano baja de la Cruz a
dar el santo óleo a la vieja matrona. Pasa entre el corrillo
de muchachas del oficio, desfasados lilos, padrotes y suripantas,
más habituales fieles:
-¡La señora se muere!
Una vez en su recámara, el fraile –guardián
del convento con el árbol de las cruces- ora y anima a la
confesión de su vía pecadora.
_Hija, en este difícil trance, y próxima a enfrentar
el juicio del Señor, me es imposible de todo punto absolverte,
si antes no me prometes la clausura de este antro de escándalo
y profanación.
_Padre, ésta casa ha sido desde pequeña la razón
de mi existencia: no puedo ahora renegar de mi oficio.
Tres días insistió el seráfico.
Y tres días la matrona, envejecida en los achaques eróticos
de la Venus pagana, rehusó dar su brazo a torcer.
_Piénsalo, hija: el pasado está en manos de Dios;
tú aún te puedes salvar.
La idolatrada matrona enjoyada en oro, difícilmente respondía.
_Padre, con mí muerte no declinará la fiesta: la función
tiene qué continuar.
La noche que siguió a su entierro, orquídea
despampanante, la sucesora ordenó vino, burdel y variedad
gratis, para todos los cachondos. ¡No cabía un alfiler:
ni una aguja!
Sus primeras palabras a la alborotada asamblea, fueron:
_¡Muchachos, si no se comportan, no hay pelos...!
La maceta y el gallo
Como todas las tardes, pasó la puerta del alambrado con la
alfalfa, el maíz y el salvado; e intempestivamente repetido,
como un ave prehistórica corriendo a su encuentro, en un
múltiple giro blanco: el plumífero se le fue encima...
Por reflejo, al defenderse echó mano a una maceta de espárragos;
y, la arrojó, en una maza de raíces y tepalcates con
tierra, sobre el al estrépito del gallinero. A partir de
ese instante, en la casa sólo se oyó, por mucho tiempo:
_¡El gallo, el gallo!
El esfuerzo acabó con su ritmo cordial. Condujeron en vilo
a su recámara, con indelebles y sangrientos rasguños,
tasajeado.
México City de los 50s
Recién amanecido el tráfico en la
ciudad, el panadero en bicicleta, con el canasto en la cabeza, equilibra;
a su lado, el voceador pedalea un rascacielos de revistas, periódicos
y cuentos, cimentados en el cuadro trasero de su bicicleta oropéndola:
en lo alto de la torre de papel impreso, , con las manos cruzadas
sobre el pecho, preside un niño sentado.
Menú
Cuete para mecha:, molida para albóndiga: filete en medallones:
¿Vino ya por su carne, el esqueleto arrogante?
¡Ajá!
Me dices que estoy vieja, que repito lo mismo, que se me olvidan
las cosas. Y sí, te llevo veinte años y es mi cuerpo,
es mi mente y es mi chingada gana. Además, nunca te he dicho
que soy una joven.
¡Oye, a estas alturas estarme peleando: que se vaya a vivir
con esa güerca que tiene mierda en la cabeza! Es que no es
posible que no entienda cuántas tarugadas ha hecho: unas-tras-otra.
Así: una-tras-otra. Hace con una lo que quiere. Se burla
de las personas tan fáciles, que te deja temblando. Te trata
como si fueras de la calle. Actúa como un animal.
¿Cómo le diré: cómo le diré?
Anduve toda la noche dando vueltas: cómo le diré...
No quería pelearme.
¡Es lo que más coraje me da: me trata como si fuera
-¡Ajá, ejé, éy...!-, una retrasada.
_Es que así soy. ¿O hay algún problema?
Me da coraje que por una güerca cabezona y
cabrona, que anda en la noche, a mí me haga menos. Ésta
es mi casa: ya tengo ganas de andar en chanclas, de ponerme mi bata.
Pues no; no puedo echarme ni un pedo. No tienes privacidad en tu
casa, estando en tu propia casa. ¡Claro, a él le conviene:
gana dinero; tiene casa propia, va a vender el carro: tiene con
qué pagar un marido joven: para que vea lo que cuesta! Le
digo mil veces en su cara que no me sirve para nada, que no se acomide
en nada:
_ ¡Eres un parásito! Tú comulgas, ¿por
qué no comulgas? ¡Es tu amante, no tu novia!
¿Quieres ser buena? ¡Te hacen mala!
En todo hay reglas -dondequiera, hay reglas-.
_¡Es que a los hombres no nos gusta que nos digan qué
hacer!
_¡Ah, qué cómodo! Y como tienes el cerebro lleno
de mierda, no me sirves de nada: ¿Sabes qué: que no
vas a vivir a mis costillas.
De una vez por todas, píntate de colores.
_Ya hubiera hecho los alcatraces: No te digo, si
me quito toda inspiración.
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