CULTURA

SINCRONÍAS

Mtro. Florentino Chávez Trejo*

a través de un zoológico de mitos
yo soy tu tierra;
tal vez no soy nadie
pero puedo volverme lo que quieras.
yorgos seferis -mithistórima-


Como al principio

La escritura:

es-
        cul-
               tu-
ras.

En el mes de noviembre
Los girasoles muertos permanecen, secos, de pie.
Y yo no sé si el pájaro mariposa extrañe los pétalos y el polen; o sólo oficie un ritual de alas, ante el profundo misterio: con su fino pico en vuelo, simula absorbe las marchitas flores.

Plenilunio
En la frescura de la noche sacas la lengua, bajo las estrellas: comulgas la luna.

Cómo presentar el libro:

1) cerrado; 2) abierto; 3) en abanico; 4) de pie; 5) de canto; 6) arriba con una mano; 7) abajo, a dos manos; 8) con la palma sobre el contenido, como en el bíblico juramento gringo; 9) de tú; 10) de usted; 11) pasando en baraja sus páginas
Se aceptan sugerencias.

En la cueva
Del reliz mana agua, lluvia en la piedra; en el cuenco de la mano, bebe la muchacha de senos humanos: la muchacha se cuelga del brazo de un árbol y con gran agilidad se eleva; gimnasta sudorosa, se descuelga y eleva.
Abajo, también desnudo en la hierba, la alcanza y penetra su amante amado muchacho -una madeja de reptiles asoma en cuatro cabezas; tornan a replegar dentro del nudo y vuelven a salir con las lancetas reiterativas: convivencia, lucha, baile, cortejo y fornicación, todo al mismo tiempo-; hasta que la muchacha, desnuda como una flor, cae y rueda desfallecida, en su festivo abrazo; rodando en la hierba.

No les gusta acampar donde silban alicantes, debido a que su sonoro chiflido, no obstante llenar, a la redonda, el contorno, no aciertan a ubicar de dónde proviene.

Estalactitas de sebo
Abuelita hacía jabón con la hiel del toro: hervía en un cacito de cobre, sebo de carnero con unas hojas de nogal; dándole vuelta y vuelta con la palita - Indoctos llaman al páncreas “la pajarilla”; redoma pegada al hígado, la negra y diáfana hiel-. A lo largo de las paredes de adobe, un safari de hormigas mantequeras: cuando empezaba a hervir, inesperadas burbujas nos quemaban los brazos. Antes de enfriar, derramaba en el molde esencia de rosas. Una vez cuajado el sebo, lo partía como pan, con un cuchillo; y envolvíamos, cada pastilla odorífera, en papel de china: morado, en Semana Santa -violetas, blancos-, para que se vieran decentes. Y lo vendíamos en la calle. A quince centavos .O -si regateaban- a diez.

Árbol perenne
La noche pende del hilo áureo de un duende: el rítmico y monocorde grillo.

Washington
En clase de Geografía, pregunta el maestro Sosa: ¿Cuál es la capital de Estados Unidos?
_¡Washington, profesor! -responde el niño prodigio-.
_¿Cómo?
_¡ Washington, profesor!
_No está bien dicho, lo correcto es: Vasinton -y añade-: ¿Qué se puede esperar de un país cuya capital es, niños, escuchen bien: ¡Bacín... ¡tón! ¡Va sin ¡tón!

Amara
Entrando a la casa, Amarita exclama: ¡El pájaro tiene hambre!
Placas de oro rubí, en la pecera boquea el pez japonés.
Así, en un chasquido de lengua, como en un mágico tronar de dedos, la niña halló el parentesco -¡Lamarck, Darwin!-, que a la humanidad científico-ilustrada, tomó siglos.
¡El pez-pájaro!
Años luz, la niña tiene tres años.

Jugadores de dominó -::: / :::-
Rodeados de mirones de palo, sentados sobre costales de semilla: don Toño -su sonrisa volteriana significa cuál es su genio y carácter-; Adrián, corazón de chiva rayada; don José, introductor de mariscos, buen danzonero; y Honorio Santa María -”El papi”-, sobre quien, en voz unánime, no pasa el tiempo - Siempre que llega la hora de ahorcar a don Adrián, empieza a cantar: “El niño quiere camote, el niño quiere camote...”
Y, en el momento preciso, sienta de una cachetada la ficha fatal, rematando su canto con un triunfal: “¡y se lo vamos a dar!”.

La olla de oro
Consumía la vida rogando a los santos afortunados le socorrieran. En vano. Una noche -¿o un día?-, al tumbar una pared, se encontró una olla con duras monedas de oro. A solas y en silencio, se interrogó en las penumbras:
_ ¿Y ahora, qué hago con este tesoro? Cuando joven, quería fiestas, casas, vino; rosas;y mujeres. Pero ya viejo... ¡Ah, ya sé!
Mandó fundir las monedas; para que co ellas, le hicieran una rica bacinilla, en que sentar sus detritus.

Chelista
Viaja con cuidado delicadeza, al concierto de las cabareteras; amorosas profesionales muchachas de la zona roja, caliente zona de tolerancia. Más tarde, reserva para su prometida encüerdada. Refina.
Afina en intimidad, sin pizca de cansancio. La entera noche enamora.
Seduce, hasta cohabitar con su musa, al ir y venir del arco.

Qumrám
_En los rollos y pergaminos del Mar Muerto, yo no encuentro nada más importante que el Padrenuestro...
_Cómo esperabas hallar algo más, maestro, apesta: está muerto.

Chinatown de Angelópolis
Dragones, budas epicúreos sonrientes; pagodas: en la fuente de los genios, Cuauhtémoc arroja una moneda a la “Casa de la vida duradera” -se hunden los cobrizos pennys, con la efigie de Abraham Lincon, entre peces de colores-: Yo, arrojo tras mi hombro, un centavo a la “Casa de la felicidad y de la suerte”. Bajo una sombrilla de papel, genios sonrientes; como un gong impermeable a la lluvia, Felipe se prueba un sombrero de los arrozales campesinos.
En un callejón de kioskos con revistas columnadas de ideogramas asiáticos, dos mujeres discuten -¿en mandarín?, ¿cantonés?-, mientras sentada tras su espalda, nos contempla una beba. A vida recién horneada huele la panadería; con boinas maoístas, los ancianos en sus pipas fuman, jugando ajedrez.

“Pasen, por aquí, tengan la bondad...”
Chapados a la antiguaen su atuendo, maneras y ademanes: con espejuelos dorados, mocasines piel de becerro; moñito de corbata al cuello, almidonado; oliendo a jazmín, agua de colonia y lavanda.

Me dijo:
_No creas que son cualquiera- ungidos a un lenguaje entre eclesiástico y banquero-: ellos son muy decentes.
En sus últimos días, mi madre mandó llamar médicos que ya no vivían; de otros tiempos: desaparecidos.
_¡Espéralos! -me dijo-.
Y yo en la puerta.
Tío abuelo

Ignacio confiaba:
_El día más feliz de mi vida va a ser cuando yo me muera... Y lo cumplió. Al menos dentro de la caja, presentaba una sonrisa de oreja a oreja, en su rostro pajizo, como de cera.
_De lo primero que me voy a sorprender cuando muera, va a ser encontrar gente que no esperaba. De lo segundo, no ver la gente que esperaba encontrar.
La muerte le era tan amable -decía-, como si fuera a sus esponsales.

*Autor de: Rústica Chzónica de los Reyes, Col. Autores, edic. Gobierno del Estado (1986) y de en los Orbes Navegantes (antología 1975-1999) SUPAUAQ, Bitácora de Albatros 2002, Col. Peces Voladores.

Continúa...