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FILOSOFÍA Y EDUCACIÓN:UN
BINOMIO EN CRISIS (Cont...)
Con la afirmación que propone,
lo que Magallón desea enfatizar es que debemos entender,
a la filosofía y su quehacer, como un elemento constitutivo
de nuestro saber y como una actividad referente en nuestras vidas,
en cuanto que propone un sentido, una significación y una
orientación ordenadora y consecuente con nuestra vida, que
puede ir de lo más sencillo a lo más complejo, sobre
todo si tomamos la idea de que la Filosofía Educativa aprehende
esas estructuras generales, tanto de conocimiento como de existencia.
Ampliando este punto sobre el contenido y el significado que guarda
o debe guardar la filosofía, en un célebre texto,
Leopoldo Zea explica, de manera clara y sencilla, desde su consideración
qué debe entenderse por filosofía, en general, y cuál
es su quehacer:
“Todo filósofo debe
estar preocupado por sumando y su sociedad, no tanto, por el pretender
parecerse a este o aquél modelo. No debe estar preocupado
por pensar en máximas o en construcción de un sistema;
no se debe estar preocupado por ser llamado filósofo: Simplemente
debe estar preocupado por enfrentar los problemas del hombre de
su tiempo, del cual, también él es expresión,
y buscar a estos problemas soluciones, de ser posible, definitivas”.
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Si tomamos como punto de acuerdo
y de partida el planteamiento expuesto por Zea, debemos decir que
la filosofía, por su propia naturaleza, aborda y problematiza
un conjunto de realidades y, al interior de ese conjunto de realidades,
se encuentra y se ubica el campo educativo, donde tiene su espacio
y su tratamiento específico. Por otro lado, no hay que perder
de vista que la educación, al constituirse en un fenómeno
histórico-social, se constituyó en una realidad política,
ideológica, económica y pedagógica y, en consecuencia,
pide y reclama para sí una valoración, un entendimiento
e interpretación, tanto de los actores educativos como del
conjunto social. En este orden, cabría la posibilidad de
matizar los referentes que hace la filosofía sobre la cuestión
educativa y el lugar que debería tener entre nosotros, como
sigue: Todo acto humano, por su propia naturaleza, conlleva una
cierta dirección, un contenido, una intencionalidad, es decir,
conlleva una finalidad. Por lo tanto, lógicamente nos lleva
hacia un fin determinado. Que ese fin esté suficientemente
reflexionado, es materia de otra consideración. Lo que se
quiere destacar es el hecho de que las acciones humanas tienen una
carga específica y, en materia educativa, esto es determinante
para su quehacer cotidiano. Planteo esto, porque se cree o se ha
pensado que las llamadas ‘políticas’ educativas
son un puro acontecer educativo. Así, sin más. No
quiero ser redundante, pero la educación se ha mostrado como
una de esas tantas esferas que, por la dimensión y significado
de sus acciones, es proclive a la deformación, a la falsificación,
en una palabra, a la demagogia, del signo que sea. No en vano Magallón,
en relación al campo educativo, dice lo siguiente:
“La educación, como
factor social, tienen una función específica, la de
establecer relaciones de continuidad y contactos entre una generación
y otra. Es, a la vez, un medio por el cual se transmiten tradiciones,
costumbres, ideas, representaciones, mitos, fantasías, utopías,
símbolos, valores, es decir, todo lo que constituye el legado
histórico. Sin embargo, la educación en sí
misma, por su propio carácter, contiene dentro de sí
elementos contradictorios en la medida en que puede ser un instrumento
tanto para la dominación y el control del hombre, como para
su liberación. [ ] Educar es desmitificar las expresiones,
categorías, conceptos y prácticas políticas
que ocultan el sentido real del ejercicio de la dominación”.
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Este planteamiento deja en claro
que la educación y su reflexión filosófica
se mueven en un amplio espectro, no sólo teórico sino
también político. Por eso se afirma que el fenómeno
educativo ha llegado a cobrar tantos sentidos y significados que
reflexionar sobre él, se ha vuelto complejo. Ahora bien,
si la educación condensa en su esencia una gama tan amplia
de elementos y problemáticas, una pregunta que se impone
es: ¿por dónde iniciar su análisis? Al respecto,
podemos decir que una de las direcciones o de las intencionalidades
de la filosofía de la educación, estaría dirigida
hacia los términos de ofrecer una comprensión-interpretación,
tanto del acto de conocer como de sus respectivas prácticas
y las consecuencias que conllevan. Esto, enunciado de esta manera,
puede parecer una obviedad, pero reflexionando con cuidado y detalle,
veremos que no es tan accesible ni fácil su comprensión,
en razón de que exige agudeza, profundidad y método
de trabajo y, en buena medida, una dosis importante de compromiso
teórico y social.
Por otro lado, esta cuestión
nos lleva a una consideración muy concreta: que, bajo la
actual coyuntura histórica, parece como si hubiera desaparecido
del horizonte académico e intelectual el asumir críticamente
nuestra realidad. Es decir, si esto lo asumimos seria y consecuentemente,
veremos los tonos y las implicaciones que tiene y que conlleva e
implica el postular una determinada filosofía educativa y
los alcances que puede cobrar. De ahí que la definición
y el significado que tiene educar, expresa un contenido tan preciso
que, si lo llegamos a aprehender en sus diversos ángulos,
debemos concluir que, por la situación que estamos atravesando,
no podemos ser complacientes con el panorama con el que se nos está
mostrando. Sobre este punto, me voy a permitir citar una afirmación
que puede cobrar el peso de una
sentencia contundente, en relación con lo que se viene comentando
y es la siguiente:
“La filosofía de la
educación debe ser un vehículo para descubrir los
elementos alienantes y los diversos modos como el poder se ejerce
en los distintos grupos sociales, las formas en que los grupos de
las clases dominantes se afincan, determinan y someten las conciencias
de los individuos al reducirlos a entes “seriados”,
por medio de valores morales, sociales y políticos impuestos,
no reflexionados, constituyendo sociedades cerradas de características
rígidas y de una estructura social jerárquica, en
donde las masas sólo practican el silencio que, en muchas
ocasiones, coincide con la visión fatalista de la sociedad
y de la historia y hace difícil asumir una actitud transformadora
de sus condiciones de existencia”. 5
Con esta puntualización,
se pretende enfatizar el peso o el contenido que debe guardar la
reflexión filosófica sobre la educación y que,
sin desear extremar los términos de la misma, demanda mayores
aportes y planteamientos. En este orden, un elemento que nos puede
facilitar el acceso que se solicita, es concebir a la Filosofía
Educativa como un puente que permita establecer la relación
que mantienen los hombres con el mundo, desde su propia historia,
porque, a partir de ella, es como se van mostrando sus acciones
y pensamientos.
La filosofía de la educación,
vista de esta forma, nos permitiría establecer, no sólo
un compromiso teórico más explícito con este
campo, sino también un compromiso concreto, real, más
efectivo, que nos permitirá visualizar un rumbo, un camino,
una serie de objetivos o, si se quiere, llegar a una determinada
propuesta que se asiente en un cuerpo de principios y fundamentos
que se puedan expresar como un todo, donde los distintos actores
y niveles educativos vean reflejadas sus aspiraciones, necesidades,
intereses, deseos y prácticas. Esto es, que sea vista como
una reflexión que recoja conocimientos, saberes, capacidades,
experiencias e inquietudes. Sin embargo, para enunciar esta tesis
de esta forma, se requiere como condición central al interior
de su propia formulación, llevar a cabo su respectivo análisis
y crítica. Es decir, el carácter crítico de
la reflexión filosófica en materia educativa debe
mostrar, sacar a la luz, los ocultamientos, los enmascaramientos,
las simulaciones, las apariencias, los vicios, las inercias que
una determinada reflexión o formulación va entretejiendo
desde su propia elaboración. Esta es una labor fundamental
en este quehacer. Esto debería ser uno de los aspectos medulares,
no sólo en esta materia, sino en el amplio espectro de nuestra
vida cotidiana.
Hacemos mención de este punto
porque se ha convertido en un recurso más que socorrido,
en muchos espacios, la aceptación sumisa, dogmática
y acrítica de planteamientos de diversa índole y magnitud
y, de ahí, se ha desenvocado en toda una serie de prácticas
que, más que facilitar la comprensión y el entendimiento
de la realidad educativa, nublan, confunden y distorsionan esa misma
realidad y nos hacen entrar en una verdadera camisa de fuerza, donde
lo fundamental queda oscurecido o simplemente insinuado. En este
sentido, podemos ahondar más sobre este planteamiento, sobre
la actitud crítica y coincido plenamente con Magallón,
cuando dice:
“El carácter crítico
de la reflexión educativa, por encima de dogmatismos disfrazados
que pretendan ocultar la realidad, ha de entenderse como una categoría
de búsqueda y revolución de los conocimientos[ ] La
crítica históricamente no tiene una sola connotación,
incluso desde la filosofía tiene un doble significado: el
primero[ ] trata de los problemas relacionados con la verdad de
ciertos conocimientos, adquiere el carácter de una epistemología;
el segundo[ ] es posible hablar de filosofía crítica,
de sociología crítica, de pedagogía crítica[
] una tendencia, a ciertas soluciones que se plantean para cada
disciplina. Estos rasgos de la crítica conforman un elemento
indispensable en cualquier trabajo intelectual, especialmente en
aquellos que están referidos a procesos de formación
y de educación”. 6
Continua...
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