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FILOSOFÍA Y EDUCACIÓN:UN
BINOMIO EN CRISIS (Cont...)
Como se puede apreciar, la crítica se constituye
en un elemento de primer orden, no sólo para el trabajo académico,
sino como una herramienta fundamental para cualquier ámbito
de nuestra existencia, entre otras razones, porque nos posibilita
mayores conocimientos y una práctica teórica y social
más consecuente y sólida. Por ello la insistencia
y la necesidad de crear y fomentar esta práctica entre nosotros.
No deseo extender de manera innecesaria la discusión, pero
un punto que amerita ser mencionado es el que se refiere al momento
por el que estamos atravesando en materia educativa y lo propongo
más bien como ejemplo. Desde hace tiempo, se ha venido discutiendo
sobre la llamada Ley de Egresos de la Federación o la miscelánea
fiscal con sus respectivos “cambios estructurales”.
Menciono este punto porque lo considero como la muestra más
palpable, clara y fehaciente de la ceguera, la incompetencia y el
desentendimiento más impresionante que pueda tener un gobierno
hacia la educación. En dicha miscelánea se hace referencia
a tres puntos que se consideran centrales: energía, petróleo
y la profundización del modelo económico en boga,
bajo su nuevo disfraz: la globalización. Dicho de otra forma,
la dependencia y la subordinación más severa del país
a los Estados Unidos. Al interior de esta discusión, y en
el contexto todo de la Ley de Egresos que, dicho sea de paso, es
más una tomada de pelo de parte de los políticos que
una real y verdadera discusión, la educación en todos
sus niveles, simple y sencillamente está ahí, sin
relevancia alguna. Se dice y se pregona a los cuatro vientos que
la educación es prioritaria, pero la cuestión es que
sigue, dígase lo que se diga, postrada y sin esperanzas objetivas,
concretas, de salir de esa postración, nisiquiera a mediano
plazo, que ya es decir mucho. Para muestra de lo que se está
comentando, hay que ver en qué condiciones se encuentran
las universidades públicas de nuestro país. Parecen
“universidades de Beirut”, derruidas y en franco deterioro,
no sólo físico, sino también académico,
lo que es realmente más preocupante. Propongo algunos puntos
que sintetizarían lo que hemos expuesto y que, de manera
pertinente, encauzarían las reflexiones posteriores:
Primer punto. Todavía hay un buen trecho
por andar para formalizar y sistematizar la reflexión filosófica
sobre el campo educativo. Pero para llevar a cabo tal empresa,
debemos tener clara conciencia de la realidad educativa en la
cual estamos inmersos. Si no empezamos por ahí, estaremos
reiterando lo que ya se ha comentado, que se está encubriendo
y mistificando esa misma realidad a la que, supuestamente, queremos
superar.
Segundo punto. Los alcances que pueda tener tal
reflexión deben estar en consonancia con una comprensión
más objetiva, no sólo del fenómeno educativo
en cuanto tal, sino que debe estar acompañada de una visualización
amplia del contexto histórico y esto también conlleva
la crítica respectiva en las dos acepciones propuestas,
como generadora de conocimiento y como práctica social.
Tercero punto. No pretender reducir la reflexión
y su ejercicio crítico a un conjunto de consignas que,
en el fondo, sólo hacen más difusa la comprensión
sobre la realidad.
Cuarto punto. Salir del esquematismo, entiéndase:
academicismo, en el que se ha visto envuelta la práctica
filosófica y sus respectivos campos lo que ha dado como
consecuencia que esos campos, o disciplinas, susceptibles de ser
trabajadas filosóficamente, se hayan visto seccionadas
o segmentadas por efecto de un hiperteorismo. Este punto sólo
lo propongo y es una consideración personal que puede ser
compartida o no, por muchos o por ninguno.
Quinto punto. Una filosofía educativa
que sólo reflexione sobre el proceso pedagógico
sin más, se quedaría a mitad del camino ante las
exigencias que demanda nuestra compleja realidad, porque, como
se ha mencionado, la reflexión debe dar, por así
decirlo, un ‘plus’ teórico y práctico.
Desde esta perspectiva podemos ir tomando distancia,
no sólo sobre el campo en cuestión, sino sobre la
manera o de las maneras en que podemos abordar la reflexión.
Como se ha mencionado, esta reflexión no quiere tener tintes
o pretensiones especiales o ‘iluminadoras’. Esto quiere
decir que, así como la filosofía no puede vivir enclaustrada
en sus espacios y determinaciones de orden teórico-metodológico,
ella misma debe abrirse a la conflictividad educativa e impulsar
la reflexión con rigor y método y, entre otros puntos
a discutir, está el de ¿qué se entiende por
educación o para qué educar?.
III.- A manera de conclusión
Entre otros tantos quehaceres que tiene por delante
esta reflexión está el de repensar y retomar la discusión
sobre la relación que guarda el problema educativo y el uso
del poder, porque en esta relación es donde se juega mucho,
no sólo de la reflexión misma, sino de la implementación
de esas ‘pautas’ o ‘políticas’ a
las que se ha hecho referencia. Es a través del acto educativo
que se determinan, en gran medida, un buen número de conductas
y comportamientos, por medio del castigo-recompensa, así
como la forma en que se desdobla la producción y la calidad
de la educación, donde los sujetos van adquiriendo determinadas
habilidades y destrezas que son ‘las herramientas’ fundamentales
en el proceso productivo. De ahí a la utilización
del tiempo, la mensurabilidad del esfuerzo y la calificación
que ella pueda obtener bajo un determinado régimen productivo
o, como diría Marx, bajo un determinado modo de producción,
donde la ganancia, al lado de la plusvalía y la acumulación,
son ‘el combustible’ indispensable de esta vasta maquinaria
que es el capitalismo. Concluiría con la siguiente cita que
dice y que, de forma muy precisa, sintetiza las ideas expuestas
en este trabajo, a la vez que muestra una de las aspiraciones o
los deseos de generar una reflexión consecuente con el momento
que estamos viviendo:
“La educación colaborar en la construcción de
la utopía de la liberación, un sueño diurno
acariciado durante centurias por nuestras mayorías y por
intelectuales comprometidos con nuestros intereses. Una utopía
que recibe el nombre de “Nuestra América”, expresión
de por sí utopía, porque incluye en su seno lo que
debería ser, aunque todavía no es: la “nostredad”
de una América que se nos presenta, no pocas, veces, como
ajena”. 7
IV.- Bibliografía
1.- Arnove, R. F., La Educación como terreno de conflicto:
Nicaragua, (1979-1993), Managua, Editorial UCA, Col. Alternativa,
1994. p.7.
2.- Magallón Anaya, M., Filosofía política
de la educación en América Latina, México,
UNAM-CCyDEL, 1993. Col. Nuestra América. N° 39. pp.
124-125.
3.- Zea, L., Filosofía Latinoamericana, México,
ANUIES, 1976. p. 25.
4.- Magallón Anaya, M., op. cit., p. 130.
5.- Freire, P., Acción cultural para la libertad, Buenos
Aires, Ed. Tierra Nueva, 1983. p. 70.
6.- Magallón Anaya, M., op. cit., p. 131.
7.- Cerutti Guldberg, H., “Filosofía Latinoamericana
de la Educación”, en Panoramas de Nuestra América.
Filosofía de la Educación. Hacia una Pedagogía
para América Latina, México, CCyDEL/UNAM, 1993.
N° 7. p. 44.
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