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FRANCISCO
CERVANTES: CANTADO PARA NADIE
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M. en A. José Luis
de la Vega Estrada
Docente de la Facultad de Contaduría y Administración.
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Francisco Cervantes (Querétaro, 22 de abril
de 1938 - 23 de enero de 2005) es un poeta cuyos versos son singulares
en las letras de nuestro país. Son, para decirlo con la imagen
que se acostumbra, una rama fuerte del gran árbol de la poesía
mexicana. Justo ahí donde sus ramas se convierten en flores
planetarias, en poesía universal, quiero decir. Aquí
presento una rápida panorámica de su legado lírico
y lo pongo a la consideración de lectores interesados en
su obra.
Los libros publicado son, casi literal, el camino
que el poeta recorre en su peregrinar (real o imaginario) por los
distintos lados con los que se construye la obra. Primero, ve la
luz Los varones señalados/ La materia del tributo (Libros
escogidos, 1971). A este le siguen: Esta sustancia amarga (Idea,
1972), Cantado para nadie (Joaquín Mortiz, 1982), Heridas
que se alternan (FCE, 1985), este último contiene a los anteriores.
Después publica Los huesos peregrinos (UAQ, 1986), Relatorio
sentimental (Gobierno de Estado de Querétaro, 1987), que
es un libro de cuentos, Materia de distintos lais (SEP, Lecturas
Mexicanas, 1987), que reúne obra original y obra traducida.
Aquí, es necesario señalar que una de sus virtudes
está en el reconocimiento a sus traducciones de asuntos luso-brasileños,
de hecho se le considera el mejor traductor del gran poeta portugués,
Fernando Pessoa. Más tarde da a la imprenta El Libro de Nicol
(UAM, 1992) y Regimiento de nieblas (Aldus, 1997). Está incluido
en Poesía en movimiento (México, 1915-1966) (SEP,
1985), cuyos autores son Octavio Paz, Alí Chumacero, Homero
Aridjis y José Emilio Pacheco. Compiló poesía
de autores con presencia en Querétaro, en el libro titulado:
Última concentración lírica del siglo XX (GEQ,
2002).
Cervantes detentó la beca Guggeenheim de 1977 a 1978. Obtuvo
el Premio Javier Villaurrutia en el año de 1982. En 1986,
recibió la Orden Río Branco, del Gobierno de Brasil
y la Medalla Heriberto Frías, del Gobierno del Estado de
Querétaro. A más, también se le reconoce una
trayectoria profesional en el periodismo y la publicidad.
Para darle un rápido contexto, digo que
Cervantes proviene de la tradición culterana que tanto brillo
ha dado a nuestras letras. Participa en la transición en
la que se difunde el verso libre, en las distintas vertientes que
hoy conocemos. Cambio que se anticipa con el modernismo y, si se
quiere, en concepto, desde los simbolistas. Es, pues, hijo de los
“ismos” que, en la primera mitad del siglo XX, patrocinaban
las vanguardias. Visto frente a Octavio Paz (1914) y Efraín
Huerta (1914), comparte el tono grandilocuente que tiene honda huella
en algunas de las mejores plumas del país, también
comparte sus altos vuelos. No comparte con ellos los sueños
circulares ni su fervor por la política, que Cervantes abandona
temprano. Junto a Jaime Labastida (1939), Óscar Oliva (1938),
Heraclio Zepeda (1937) y Jaime Augusto Shelley (1937), su poesía
nada tiene que ver. La singularidad de Cervantes proviene del silencio
y la violencia, del dolor que provocan. Su visión de la vida
en guerra y de la ira, explican su nostalgia y la ironía
que maneja.
En Los varones señalados / La materia del
tributo, ya se encuentran la vertiente temática que habrá
de perseguir y el tono de profundo improperio. El blasón
que enarbola es el de un mundo aguijoneado por la idea de devorar
a todos o ser comido, pero con principios. En el poema que se titula
Combaten dos enemigos del de la inquieta espada, lo plantea: luchaban
por algo tan sagrado / como el derecho a ser el primero / por algo
tan sagrado / como su honor de caballeros. En El destierro, el poeta
pone sus cartas sobre la mesa:
EL DESTIERRO
Ningún sol brilló como su espada
ay qué vale el valor a toda prueba
el renombre ganado y visto a través de las heridas
hechas en campos enemigos
estando siempre de parte de sí mismo
del lado suyo y justo
el valor y sus armas
así como el renombre que éstas arrastran
todo fue repartido entre los caballeros
con cuyos yelmos señaló su camino
en cuyas agonías resonó su nombre acompañado
por las
más groseras maldiciones.
Sus amigos los que tales se decían
se dispusieron al festín
de lo que de él quedaba memoria lastimosa
habiendo ido al destierro
lo que a fuerza de constancia
era la cota de malla del honor del caballero
que fácilmente fue al destierro
él de quien ni sus más encarnizados enemigos
creyeron capaz de alguna infamia
pero sí fueron capaces
lo enviaron al desierto
su honor tan erizado y firme
tal su cabello
que sólo en batallas o torneos
el yelmo escamoteara
las razones del destierro nunca fueron claras
creo que ni siquiera para ellos que para eso intrigaron
no había un desprecio definido.
Ni enviada a flor de la armadura (¿sería
la envidia el desprecio
alguna melladura?)
los caballeros tuvieron su castigo
en todas las heridas que nunca le pudieron inferir.
El poeta y el soldado viven en una atmósfera
espesa, casi irrespirable, en la que el hombre persigue su destino
y lo cumple, más allá de convicciones o empeños,
contra la traición, la envidia y el desprecio. Lo anterior,
de tal modo que los hechos que se suceden son fortuitos y los logros,
vanidades. En el poemario La noche del corno se presenta el escenario
completo, intenso y conmovedor. Los campos de batalla donde el poeta
da su pelea. El que vive como guerrero vive para las batallas; come,
ama, sufre, velando sus armas y, al fin muere. Claro que muere,
porque la muerte es el fin de toda lucha. Sólo que no todos
pueden morirse cuando quieren y deben conocer, conocen, el valor
de la violencia.
LA NOCHE DEL CORNO
Han caído
oh caballeros de la empolvada honra
han caído todos
menos uno
él siente cansancio
su brazo tolera más victorias todavía
de las que el filo del arma pueda responder
ya llega el último adversario
monta se cubre empuña la lanza
con esa fatiga intolerable
de quien acepta y representa
con toda realidad
la farsa de estar vivo
observa el enemigo porte
el desplante pronto vencido que será
sonríe poco vale vencer o ser vencido
nada importa la deshonra que sería triunfar
triunfar sobre los años y la propia sangre
él quisiera batallar y ser el victorioso
o llegar a la derrota
o ser odiado por ese enemigo que es su precursor carnal
o aun aceptaría el destierro
pero cualquier cosa que haga
le dará un mártir a una causa
será como sacrificarse en aras de algo
él no acepta fe ninguna
ni siquiera de la rebelión la fe
contra qué va a rebelarse
¿De qué va a ser ejemplo y para quiénes?
¿Qué le importa vencer o ser vencido?
acaso preferiría esas gelatinosas situaciones
uno de esos fáciles caminos
detienen su caballo desmonta y se descubre
el adversario lanza un juramento
también desciende y se descubre
allá en el graderío
mil guantes derechos chocan con izquierdos
entre un estruendo de leyenda.
Continúa...
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