ACTUALIDAD DE LA MORAL PROVISIONAL DE DESCARTES (Cont...)

Es muy conocido el método cartesiano, pero mencionamos aquí sus cuatro preceptos que comúnmente se conocen como regla de la evidencia, del análisis, de la síntesis y de la revisión, para que puedan servir de información complementaria.

El primero consiste en no recibir como verdadero aquello que, con toda evidencia, no se reconoce como tal, evitando cuidadosamente la precipitación y los prejuicios y no aceptando como verdadero sino aquello que se presentara al espíritu, de forma tan clara y distinta que acerca de su verdad no pudiera caber la menor duda.

El segundo consiste en dividir cada una de las dificultades con que tropieza la inteligencia al investigar la verdad, en tantas partes como fuera necesario para resolverlas.

El tercero en ordenar todos los conocimientos empezando siempre por los más sencillos, elevándolos por grados, hasta llegar a los más complejos y suponiendo un orden en aquellos que, por naturaleza, no lo tenían.

Y el cuarto, que consiste en hacer enumeraciones y revisiones, tan completas y generales, que puedan dar la seguridad de no haber incurrido en ninguna omisión.

Esto, en lo que respecta al método. Viene ahora lo que realmente interesa, que es el origen de la moral provisional, objeto de la presente exposición.

Al igual que Pirrón, escéptico de la antigüedad griega, que planteaba que con respecto al conocimiento del mundo era necesario mantenerse adoxastos, hacer epojé, debido a que las cosas eran indiferenciadas y no se podía hacer juicio verdadero alguno sobre ellas pero que, en lo que tocaba a la forma de actuar, en lo concreto de la vida cotidiana, había que seguir aquello que apareciera con probabilidad de ser cierto, puesto que la vida no permitía titubeos, así Descartes plantea algo parecido:

“Antes de destruir la casa en que se habita, antes de reedificarla y buscar materiales y arquitectos que los empleen, es indispensable buscar otra casa para vivir cómodamente el tiempo que lo exija la construcción o reedificación de lo antiguo. Algo parecido a esto tuve yo que hacer, pues si la razón me dictaba la mayor irresolución en mis juicios, sus dictados no podían hacerse extensivos a mis actos. Para vivir desde entonces con tranquilidad y sin que en mi conducta se reflejaran las incertidumbres del espíritu, formé para mi uso una MORAL PROVISIONAL que no consistía más que en tres o cuatro máximas”(Descartes:17).

La moral provisional surge, entonces, como una consecuencia del escepticismo cartesiano. Escepticismo que lo hace dudar absolutamente de todo lo que se relaciona con el conocimiento de las cosas pero que, como él mismo nos dice, no puede hacerse extensivo al actuar cotidiano de tal forma que le permita abrirse paso en la vida común y corriente dentro de un marco social. Es, en este ámbito, donde se hace necesaria una moral que permita la acción vital, concreta.
III. LAS MÁXIMAS DE LA MORAL PROVISIONAL

Mencionamos, ahora en qué consisten cada una de las máximas morales de Descartes y, al mismo tiempo, hacemos una breve reflexión de cada una de ellas intentando indagar de qué manera se pueden relacionar con la vida cotidiana del presente. Citaremos, entonces, la regla e iremos haciendo reflexiones sobre de cada parte.

MÁXIMA MORAL

“La primera era obedecer a las leyes y costumbres de mi país, conservando la religión en la que dios me hizo la gracia de ser instruido desde mi infancia y gobernándome, en cualquier otra cosa, de acuerdo con las opiniones más moderadas y alejadas del exceso, que fuesen comúnmente practicadas por los hombres más prudentes entre aquellos con quienes tuviese que vivir; pues, comenzando ya a no tener en cuenta para nada las mías, puesto que quería someterlas todas a examen, estaba seguro de no poder hacer nada mejor que seguir las de los más sensatos. Y, aunque quizás entre los persas o los chinos, haya tantos hombres sensatos como entre nosotros, me parecía que lo más útil era regirme según aquellos con quienes tenía que vivir. Y, para saber cuáles eran verdaderamente sus opiniones, creía deber atenerme a lo que practicaban, más bien que a lo que decían, no sólo porque en medio de la corrupción de las costumbres hay pocas personas que quieran decir todo lo que creen, sino también porque muchos lo ignoran ellos mismos; pues siendo diferente el acto del pensamiento por el cual se cree una cosa de aquel otro por el cual se conoce que se la cree, es frecuente que se dé el uno sin el otro. Y entre varias opiniones aceptadas elegía siempre las más moderadas, tanto porque son siempre las más cómodas en la práctica, como porque así, en caso de equivocación, me apartaría menos del verdadero camino”.

Obedecer las leyes y costumbres del país en el que uno vive es una guía moral excelente que permite a cualquier hombre vivir con tranquilidad, pues es de sobra conocido que cualquier ciudadano que violenta las leyes establecidas, se convierte en un delincuente, con la sabida consecuencia de que el Estado siempre aplica una sanción que muchas veces se traduce en pérdida de la libertad.

Como es evidente, perder la libertad no puede ser conveniente para aquel hombre que busca tranquilidad y sosiego para dedicarse a realizar una obra trascendente como era el caso de Descartes, pero aún si no se estuviera en esa disposición, definitivamente a nadie le conviene transgredir las leyes positivas porque, además de convertirse en delincuente, es automáticamente sujeto al rechazo social de aquellos con quienes convive. Uno de los máximos valores que posee el ser humano es su libertad pero, incluso socialmente, la libertad de transitar, de dedicarse a cualquier oficio, siempre que sea legalmente permitido, es una condición indispensable para el bienestar de los hombres que viven en una sociedad. El sólo hecho de imaginarse entre rejas pagando una pena por haber violentado las leyes se antoja terrible. Por eso es que esta parte del precepto cartesiano es, por demás, prudente pues, es como si nos hubiese dicho: en términos coloquiales, “Si quieres vivir con tranquilidad y libertad para desarrollar tus capacidades y lograr tus metas de vida, entonces obedece las leyes establecidas en tu país, pues si no lo haces, serás un malhechor ante los demás y perderás hasta tu misma libertad”.

En lo que toca a las costumbres, procede lo mismo, ya que una sociedad tiene arraigadas toda una serie de costumbres no escritas que condicionan y norman, también, la forma de conducta de sus ciudadanos y aunque en este caso la sanción puede no ser tan concreta, no deja de ser sanción. Incluso, hoy en día existen sociedades tan tradicionalistas y fanatizadas por elementos religiosos o sociales que pueden llegar al extremo de castigar físicamente a quien no siga sus usos y costumbres.

Esta parte de la máxima cartesiana tiene pertinencia en la actualidad, pues a nadie le conviene romper con las costumbres y tradiciones de un lugar determinado, ya que esto además de asegurarle el rechazo social, podría incluso, si se trata de una sociedad fundamentalista, ponerlo en peligro de muerte. No pocos ejemplos hay al respecto.

Ahora bien, no es lo que dice Descartes, pero el obedecer las costumbres y leyes de un país o de un pueblo no implica necesariamente que uno las comparta, sino que es una actitud de prudencia e inteligencia, puesto que el hacerlo garantiza, por lo menos, tranquilidad personal y aceptación social. Así, yo podría no estar de acuerdo con los ritos católicos que se siguen en mi comunidad, es más, podría hasta detestarlos, pero no es una actitud prudente ni inteligente oponerme a ellos toda vez que la familia y sociedad, a las cuales pertenezco, los asumen como propios. Si es que quiero vivir en paz con todos ellos, tengo que obedecer esos ritos y costumbres aunque no los comparta o los deteste, pues comprendo que, al no hacerlo, no sólo me estoy exponiendo yo mismo al rechazo o al peligro social, sino que estoy exponiendo, también, incluso a mi familia inmediata.

Es claro que asumir la opción contraria acarrearía problemas. Ir en contra de las costumbres e, incluso hasta condenarlas públicamente, en una sociedad tradicionalista y cerrada como las que actualmente rige en nuestro país, significaría bastantes riesgos y enemistades. Quienes van a contracorriente bien lo saben.

Pero obedecer las costumbres, sin compartirlas, sólo puede ser el resultado de un pensamiento con cierto grado de desarrollo, pues primero ha de conocer bien la razón por la cual tales costumbres son simples supersticiones o producto de la ignorancia. Pero, al mismo tiempo, debe saber que el trasgredirlas públicamente representa una afrenta para sus conciudadanos, pues ellos, aunque sea por ignorancia o simple tradición, las consideran de gran valor.

Por otro lado, cuando alguien ha avanzado un poco en el desarrollo de su pensamiento, sabe de sobra que el realizar ciertos ritos o ciertas actitudes que se refieren a las costumbres de un pueblo, no lo afectan en lo más mínimo, es más, hasta pueden resultar divertidos. Por ejemplo, el realizar el rito del bautismo o el matrimonio católicos.
Al niño que es bautizado no le afecta en nada que un hombre con vestido largo le haga ciertas señales con sus manos o le moje su carita con agua, o escuchar todas las palabras que se dicen en un rito matrimonial católico. En realidad nadie las toma en cuenta, pues todo mundo está pensando en la fiesta y en lucir sus mejores atuendos.
Así, debo obedecer las costumbres de mi pueblo por tres razones: porque me garantizan tranquilidad personal y aceptación social; porque están revestidas de un gran valor para mis conciudadanos y no seguirlas significaría una falta de respeto hacia ellos y, porque, además, el obedecerlas no me hace el más mínimo daño moral.
Con respecto a la religión, considero que Descartes incluyó esta parte en su máxima por mera prudencia e inteligencia, pues estoy seguro que las personas verdaderamente culta, por necesidad no pueden pertenecer a religión alguna. Sin embargo, ya he dicho algo sobre lo que procede en la actualidad con respecto a la religión.

Además de obedecer las leyes y costumbres del lugar en que uno vive, para tener mayores posibilidades de pasarla con paz y tranquilidad en la actualidad y, al mismo tiempo, para desarrollar todos nuestros potenciales y poder cumplir exitosamente con las metas que nos hemos planteado, es necesario, también, guiar nuestros pasos observando las formas de conducta de aquellos que no sólo pasan por ser los más prudentes y sensatos sino que, debido a sus acciones en público, es de sobra conocido que en verdad lo son.

Es decir, si se quiere encontrar una aplicación directa a estas reglas morales de Descartes, tenemos que referirlas a nuestra forma de ser y actuar ante los demás y, en este sentido, es claro que si queremos ser aceptados por la sociedad en la que nos desenvolvemos, nuestras acciones deben ser regidas por las leyes, las costumbres y, además, por el ejemplo de quienes no tienen como normas de conducta el arrebato, la ira o los excesos, sino por aquellos que usualmente realizan sus acciones con prudencia y mesura, pues una conducta de esta naturaleza encuentra, por donde quiera, señales de aceptación social.

Se podrá decir que esto último nada tiene que ver con la primera máxima de la moral provisional cartesiana. Y, en efecto, Descartes nada dice con respecto a pretender buscar la aprobación social, pero esto bien se puede leer entre líneas, ya que si no le interesaba encontrar la aceptación de aquellos con quienes vivía, ¿qué sentido, entonces, tendría obedecer leyes, costumbres y seguir los ejemplos de los más prudentes? Es claro que la tranquilidad emocional derivada de una cierta aceptación social que le garantizara no ser molestado o sancionado era una condición necesaria para él, si tenía en mente el propósito de reformar la filosofía.

Si yo soy miembro de una determinada sociedad y me propongo llevar a buen puerto las ideas y propósitos que considero prioritarios, me es absolutamente necesario no encontrarme en una situación de conflicto con los miembros de esa sociedad en la que vivo. Pero, si me dedico a criticar y a denostar sus costumbres o a infringir sus leyes, es evidente que lo único que encontraré será un rechazo hacia mi persona que a veces tendrá que traducirse no sólo en una sanción legal sino, probablemente, hasta en violencia y, así, pocas o nulas posibilidades tendré de llevar a cabo mis metas.

Por esto, Descartes se cuida mucho al decir “Y para saber cuáles eran realmente sus opiniones, creía deber atenerme, más bien, a lo que practicaban que a lo que decían”, pues es muy común, por ejemplo, tanto en las sociedades de antaño como en las actuales que, con frecuencia, haya una ausencia de congruencia entre el decir y el actuar de los hombres. Es decir, que piensen de una forma y actúen de otra. Por eso es que lo mejor es guiarse, no por lo que dicen, sino por lo que hacen quienes son prudentes y sensatos. Es vigente esta máxima porque, tanto ayer como hoy, quien guíe sus pasos teniendo como modelo no la palabra de los hombres mesurados, sino su acción cotidiana concreta, tendrá garantizada la aprobación social.

Continúa...