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NUESTRAS COLUMNAS: LA MÚSICA
Y SU MUNDO
CLAUDIO
DE FRANCIA
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Mtro. José Rafael
Blengio Pinto
Docente de la Facultad de Bellas Artes ( Música) |
Claudio Debussy (1862-1918) fue el gran revolucionario
que inauguró la modernidad en la música occidental,
entre otras razones, porque sus planteamientos musicales rechazaron
los academicismos y formalismos del arte sonoro tradicional, para
seguir un camino audaz y hedonista, absolutamente innovador. “La
música francesa quiere, ante todo, causar placer” afirmó.
Sus hallazgos sutiles se extienden, desde la ópera con el
drama lírico Pelleas et Melisande, basado en la obra teatral
de Maurice Maeterlinck, hasta el piano con los dos volúmenes
de Preludios que se presentan como obras emblemáticas de
ambos campos. En seguida están los fascinantes trabajos que
realizó para la orquesta: y que son Preludio a la Siesta
de un Fauno, estrenada en 1894 y los Nocturnos, compuestos entre
1897 y 1899, estrenándose los dos primeros en 1900 y el último,
al que le añadió un coro femenino, en 1901. Música
con misterio, de una extraordinaria sensualidad, nos envuelve en
mil matices, juegos y reflejos que Debussy va sacando a la luz en
forma continua y que crea un universo en el que confluyen no solamente
los sonidos, sino impresiones visuales, olfativas e, incluso, táctiles,
en una sinestesia poderosa que fascina y deleita.
Preludio
a la Siesta de un Fauno es la partitura más popular de Debussy.
Compuesta entre 1892 y 1894, está inspirada en un poema de
Stéphane Mallarmé. La obra, de unos diez minutos de
duración, impactó de tal manera al público
el día de su estreno en la Sociedad Nacional de Música
de París que, ante la magnitud del éxito y aun rompiendo
todas las formas convencionales, el director suizo Gustave Doret
decidió, “propia sua sponte”, repetirla íntegramente.
“No pretende ser una síntesis del bello poema de Mallarmé
sino que, más bien, describe los decorados sucesivos a través
de los cuales se mueven los deseos y los sueños del fauno
durante el calor de la siesta”, afirmó el compositor.
La música conserva alguna reminiscencia wagneriana y posee
un extraño poder de encantamiento. No encaja del todo en
esos calificativos de impresionista o simbolista, con los que se
ha etiquetado a Debussy. Es algo más. Los componentes literarios
o pictóricos hacen acto de su presencia, desde luego, pero
siempre desde su originalidad y el hechizo que emana de su elaboración
musical.
Nocturnos es un tríptico sinfónico
(‘Nubes’, ‘Fiestas’, ‘Sirenas’)
que incorpora un coro femenino de carácter instrumental sobre
la letra a, en la tercera parte. El título Nocturnos está
inspirado en paisajes del pintor inglés Whistler. ‘Nubes’
parte del reflejo que producen las nubes sobre el río Sena,
por la noche, junto al puente Solferino; ‘Fiestas’ mira
de reojo las paradas militares en el bosque de Boulogne y, ‘Sirenas’,
evoca un paisaje marino. “La palabra Nocturnos hay que entenderla
en un sentido general y decorativo. No se trata de la forma habitual
de nocturno, sino de todas las impresiones y juegos de luces que
este término puede despertar. Nubes: es la visión
del cielo inmóvil por el que avanzan las nubes lenta y melancólicamente,
extinguiéndose en un gris en el que se mezclan delicados
tonos blancos. Fiestas: es el ritmo cósmico. Sirenas: es
el mar y su inagotable movimiento; por encima de las olas suena
el misterioso cantar de las sirenas, alegre, perdiéndose
en la inmensidad”, escribió el compositor de esta obra
subyugante.
El
mar también se compone de tres bocetos sinfónicos.
Es, de hecho, una sinfonía muy particular sobre el magnetismo
que, para el compositor, ejercía el mar. “Quizá
desconozca que estuve a punto de convertirme en marino y solo los
azares de la existencia me hicieron desistir”, escribió
el compositor a André Messager. En cualquier caso, la elaboración
de la partitura se produce, fundamentalmente, en tierras del interior,
en Borgoña, donde los mares están formados, en todo
caso, de viñas. La composición “El mar”
está dibujada en tres paisajes, pinceladas que responden
a las denominaciones “Del alba al mediodía sobre el
mar”, “Juegos de olas” y “Dialogo del viento
y el mar”. Se trata, sin duda, de una obra maestra absoluta.
Es un prodigio de sensibilidad, de dominio de todo tipo de recursos
orquestales. Supone la quinta esencia musical del autor francés.
También en tres partes, está estructurada
de imágenes. Su elaboración ocupó al compositor
de 1905 a 1912. En cierta medida es una obra de folclore imaginario.
‘Gigas’ está inspirada en Escocia, ‘Rondas
de primavera’ en Francia, e ‘Iberia’, sin duda
la más famosa, en España. ‘Iberia’ está,
asimismo, dividida en tres partes. A Manuel de Falla le entusiasmó
el tríptico por la manera con que Debussy traducía
en música las impresiones que España le causaba. Era
evidentemente una España imaginaria, pero como es propio
de Debussy, elaborada con una gran sutileza.
Debussy ¿innovador?. ¿Cuándo?.
¿Por qué?. ¿Cómo?. Habría que
decir, objetivamente, que su música provocaba la reacción
propia de toda música nueva y que la incomprensión,
en su momento, se explica sólo parcialmente. Como ocurre
siempre, está el tronco añoso de la tradición
pero como factor determinante, está su propia personalidad,
con un gusto preciso ( “Mon gout”).
Es difícil recoger su herencia y, al parecer, la única
y válida forma de hacerlo es la de componer música
que conmueva las fibras más íntimas del alma. Su música
también es un punto de llegada y de partida de otras artes,
como la poesía. Honrémosla con una evocación
poética, al margen del espacio y del tiempo.
Michiko Uchida toca a Debussy
¿Lo
toca?
Parecería más bien que lo exorciza
del negro catafalco en que bailan
la nieve y los gnomos y se fugan a la isla feliz
los brezos y las neblinas de otoño.
Más que oprimir las teclas,
revolotea como mariposa ante una crisantema
o un loto fragante
pintados en un jarrón de alabastro,
que sigue un rescoldo de opio humeante,
hada que danza exquisitamente
en perenne levitación, ensimismada
en la corriente que la arrastra y la lleva a su destino.
En esa comparecencia extraña
pelean dos fuerzas ingrávidas:
el sueño de la música
y las cadenas que tiempo y materia imponen al sonido.
Pero todo es espejismo,
agonía que vive tan sólo en la fuente de las náyades
y su reflejo,
mientras la luna desciende sobre el templo que fue
y vibran campanas tañidas a través de las hojas.
Así se fabrica el sofisma del alma:
Narciso contemplándose en las ondas, Orfeo preso en su eterna
melodía.
Los pies desnudos de la diosa oprimen los pedales, danzarina en
Delfos que domeña al dragón del piano y lo vuelve
ruiseñor incandescente.
Más que tocar a Debussy
ella mete mariposas en cajas chinas,
pulveriza todos los pétalos y los vuelve calidoscopio y quimera
y los riega a los vientos en cada arpegio
disuelto en volutas de seda inmarcesible.
Los sonidos y los perfumes se vuelcan en el aire de la tarde.
La niña de los cabellos de lino sueña peces de oro
en la terraza de las audiencias del claro de luna.
Claudio y Michiko, vueltos uno, forjan de nuevo al mundo entre sus
manos y con ello evaporan el grífo de la inexistencia. Ahora
vuelvo a mi condición de materia (¿de sueños,
de añoranza?) en la hora real, con la brújula de la
memoria girando loca en círculos (infinitos) en el solsticio
conmovido que funde mi corazón con mi alma enamorada.
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