ACTUALIDAD DE LA MORAL PROVISIONAL DE DESCARTES (Cont...)

3 Máxima moral

Nótese como un pensamiento tan sencillo puede poseer una verdad tan profunda: ¿habrá en esta tierra un hombre que sufra y se agobie por cabales, por supuesto que no, pues ¿cómo habría de sufrir por algo que sencillamente no puede hacer? Si alguien sufriera por eso, de verdad tendría que ser una persona con problemas severos de claridad mental, pues nunca los hombres han nacido ni nacerán con alas para volar. Así, en este ejemplo tan simple, se puede apreciar la contundente verdad que Descartes propone: si me acostumbro a pensar que lo único que realmente me pertenece son mis pensamientos y que solamente sobre ellos puedo ejercer señorío, no sufriré por cosas que entiendo que están fuera de mi alcance.

Y no es que Descartes esté proponiendo, en esta su tercera máxima, que debemos ser conformistas y no tener ambición alguna. Por el contrario, debemos ser ambiciosos pero es necesario entender qué sí y qué no está realmente a nuestro alcance. Además, el hecho de que ninguna cosa externa a nosotros nos pertenezca, no implica que no hagamos un esfuerzo por conseguir lo que puede proporcionar comodidad a nuestras vidas que, a final de cuentas, es lo único para lo que sirven las cosas materiales. Sencillamente la regla lleva la intención de evitar el sufrimiento por lo que, en un momento determinado, no se puede poseer.

Es como si Descartes nos dijera: “Todo sufrimiento psicológico del hombre se origina en su capacidad inmoderada para generar deseos, pues no conociendo qué es lo que sí está a su alcance y qué es lo no, comete la equivocación de desear aquello que, definitivamente y de modo natural, no está al alcance de su poder”. Pero más que eso, el sufrimiento del hombre en su vida cotidiana no se da tanto por desear inmoderadamente las cosas como por no dar cabal cumplimiento a sus deseos. Este es, en realidad, el verdadero problema, pues la inconformidad con la circunstancia mundana y su consecuente desasosiego se genera sólo en el momento que el objeto de su deseo no puede ser conseguido. La insatisfacción de sus deseos es lo que finalmente determina su sufrimiento.

Por otro lado, una cosa es entender lo que Descartes quiso sugerir y otra, muy diferente, es asumir, como una realidad, semejante máxima. Él mismo nos dice, “confieso, no obstante, que es necesario un largo ejercicio y una meditación frecuentemente reiterada para acostumbrarse a mirar las cosas desde este punto de vista, y creo que en esto principalmente consistió el secreto de aquellos filósofos que, en otros tiempos, pudieron sustraerse al imperio de la fortuna y, a pesar de los dolores y de la pobreza, se creían más ricos y poderosos, más libres y felices, que los demás hombres quienes, no pensando de esta manera, por muy favorecidos de la naturaleza y de la fortuna que fueran, nunca tendrían todo lo que deseaban”.

Es claro, sólo alguien con un ejercicio constante en la reflexión filosófica puede llegar a comprender el sentido de la máxima cartesiana, pero hasta el momento no se conoce en el mundo alguien que no persiga las mismas cosas materiales, honores, fama, etcétera, que buscan todos los hombres; a menos, claro, que se trate de una persona que creyendo que oponiéndose a todo lo que la gente comúnmente desea, puede hacerse propaganda, fama y prestigio para conseguir lo que realmente quiere.

Por eso es que el filósofo vuelve a la antigüedad griega, en la cual cínicos, epicúreos y otros filósofos, proclamaban que bastaba estar vivo para ser feliz, pues tenían la total convicción de que para vivir se necesitaba de muy poco y de que, poseyendo eso poco, siempre poseían mucho.

En cambio, en la actualidad casi la totalidad de los hombres consideran poco lo que tienen, aunque esto sea mucho. Es decir, si existiese en la tierra alguien capaz de comprender y asumir como una realidad lo que ha sugerido Descartes, estaría, como él lo afirma, contento siempre con lo que tiene, no importando que sea mucho o poco, pues persuadido de que lo único que posee es su pensamiento, no estaría infeliz por aquello que no pudiera obtener, ya que no lo desearía, de la misma manera en que nadie en su sano juicio puede desear volar impulsándose sólo con su propio cuerpo.
CONCLUSIÓN DE LA MORAL PROVISIONAL

“Por último, como conclusión de esta moral, me propuse examinar las diversas profesiones que suelen ejercerse en sociedad a fin de elegir la que mejor me pareciera, y sin que esto signifique despreciar las de los demás, pensé que no podía hacer nada mejor que continuar ejerciendo la que ya practicaba; es decir, dedicar mi vida entera a cultivar mi razón y a progresar todo lo que pudiera en el conocimiento de la verdad siguiendo fielmente el método que me había prescrito”.

Descartes hace honor a su nombre como fundador del racionalismo y considera que lo mejor que puede realizar el hombre durante toda su vida es cultivar su razón. Ciertamente en la actualidad nada le vendría mejor al mundo que sus habitantes se dedicaran a realizar un esfuerzo por cultivar su pensamiento y tratar de llevarlo hacia su máximo desarrollo, el cual, por cierto, nada tiene que ver con la ciencia y la tecnología, pues es claro que si bien el hombre, a través de estas dos cosas, ha logrado domeñar ciertas partes de la naturaleza para procurarse una vida material más cómoda, en lo que se refiere a cultivar el pensamiento para lograr una mejor convivencia sigue como en tiempos de las cavernas.

Lo único que el hombre ha hecho hasta hoy para propiciar una mejor relación entre individuos y entre naciones, es elaborar millones de leyes que si bien por miedo al castigo han permitido menos conductas violentas, sustancialmente sólo han logrado acrecentar el odio cada día más manifiesto entre ellos. Todo esto ha dado como resultado una convivencia cada vez más perniciosa, tanto en la familia como en la sociedad, debido a una constante exigencia de los derechos que todo mundo cree tener alejándose para siempre del agradecimiento y del amor al prójimo.
Es como Descartes nos recomendara: “Es necesario volver los ojos a la filosofía, a la meditación constante, con tal de lograr un mejor conocimiento de uno mismo y, por consecuencia, mirar al mundo desde una perspectiva diferente”. Es una exhortación a la reflexión filosófica a la que considera como la ocupación más propia del hombre.

Concluimos afirmando que la moral provisional de Descartes sigue siendo tan actual como en su momento lo fue, pues hoy en día es necesario que los hombres dediquemos algún espacio de nuestras vidas a la reflexión filosófica, a aquello que Ortega y Gasset denominara “ensimismamiento”, pues la totalidad de los seres humanos se encuentra hoy igual que como hace 2400 años cuando Sócrates, Diógenes y Epicuro lo denunciaran: totalmente ocupados en conseguir las metas impuestas por la sociedad, preocupados por obtener riquezas materiales, fama, prestigio, figurar en la historia, buscando angustiosamente la aprobación social y olvidándose de que la única y verdadera riqueza es el ser, el pensar y el vivir.

La profunda alteración que padece hoy la humanidad completa ha llevado al ser humano a buscar, a costa de lo que sea, ejercer un “poder” sobre los otros que es absolutamente inexistente, sobre todo el poder de lograr que el otro haga siempre lo que el uno desea o que el otro sea como a uno le gustaría que fuera. Bien haríamos en volver a Descartes para tratar de comprender, aunque sea en una pequeña medida, por ejemplo, la verdad de su tercera máxima: “Nada nos pertenece, únicamente nuestros pensamientos”. Quien llegara a comprender qué es lo que el filósofo quiso con esto sugerir, estaría en condiciones de alejar, de una vez y para siempre, el presunto dolor emocional que le causa el hecho de que los otros no son como él quiere que sean o que las circunstancias mundanas no se den a la medida de sus caprichos. Volver a Descartes es lo mismo que volver a la filosofía.

Bibliografía

REALE Giovanni y ANTISERI Darío. Historia del Pensamiento Filosófico y Científico Tomo II. Editorial Herder. Barcelona, 2001.

ORTEGA y Gasset, José. El Hombre y la Gente. Editorial Altaya. España, 1997.

DESCARTES, Renato o René. El Discurso del Método. Ed. Altaya. Biblioteca de los Grandes Pensadores. España, 2000