Este sentimiento destructivo, corresponde a la forma arcaica
y masiva de la identificación proyectiva, destinada a depositar
en el otro la destructividad propia que amenaza al ego del envidioso;
de manera que, al atacar al otro, lo convierte en malo mediante
la fragmentación y la proyección. Supone la destrucción
a la capacidad creadora del otro y se relaciona con la ira narcisista
ante la fantasía de que el otro tiene algo valioso. El
sujeto envidia lo que posee el otro y esto coloca al otro en posición
de superioridad frente al sujeto envidioso, es decir que: "la
persona envidiada es sentida como poseedora de lo que en el fondo
es lo más apreciado y deseado 3
Es a partir de la desvalorización previa del sujeto envidioso,
de la precariedad de su autoestima en su encuentro con otro, al
cual supone prejuiciosamente superior, que termina encontrándole
el rasgo que da testimonio de esa superioridad del otro, lo imaginarizado
como envidiado entre el sujeto y el otro. Con justa razón
dijo Napoleón Bonaparte (1769-1821) que "la envidia
es una declaración de inferioridad", es el termómetro
del triunfo y la satisfacción ajenos, por eso el hombre
envidioso logra descansar al observar la derrota de los demás,
evidenciando con ello su propia desintegración emocional.
No cabe duda entonces, que la envidia es el motor de la ambición
personal, como freno al éxito ajeno; las angustias y defensas
vinculadas a la incapacidad del individuo, fomentan este sentimiento
autodestructivo, adoptando posiciones polarizadas, que asfixian
en lugar de establecer un sano intercambio. Por lo que se deduce
que el envidioso es un ser peligroso, que busca desprestigiar
a su rival para consumar su propia ambición y encubrir
su propia autodevaluación, es capaz de convertir una alhaja
en una chatarra, una cofradía en un nido de avispas.
La envidia es detonada en toda su dimensión por la frustración
y el sentimiento de inferioridad de algunos individuos. De modo
que, es natural que el envidioso procure la caída del rival
que se ha construido en su fantasía, impulsado por esa
creencia innata de que nadie es tan capaz y perfecto como él
mismo, comparando su valía con la del otro. La fuerza de
esta emoción y el modo de enfrentarla varía de manera
considerable, puesto que está en función de la capacidad
de disfrutar, del sentimiento de la propia seguridad interna,
del sentimiento de autovaloración, de la capacidad productiva;
aspectos que para Klein, constituyen el criterio de una personalidad
bien desarrollada.
En la medida que la envidia pueda ser sustituida por fuerzas
constructivas y reparadoras, se debilita, adquiriendo el sujeto
mayor tolerancia respecto a sus propias limitaciones y menor arrogancia
frente a sus capacidades; lo que en palabras de esta autora correspondería
a: ". quien puede apreciar de buena gana el trabajo creador
y la felicidad ajena, queda a salvo de los tormentos de la envidia,
de los motivos de queja y de la persecución. En tanto la
envidia es una fuente de gran desdicha, una ausencia relativa
de ésta es percibida como substrato de los estados anímicos
de satisfacción y paz y finalmente de la cordura. Esto,
de hecho, constituye asimismo la base de los recursos internos
y de la elasticidad que pueden ser observados en aquellos que
recuperan la paz espiritual aún después de haber
atravesado una gran adversidad y dolor moral. Tal actitud, que
incluye la gratitud en relación con los placeres del pasado
y el goce de lo que el presente puede dar, se expresa en la serenidad".4
Cerramos esta disertación con una moraleja5:
¡¡¡NO HAY QUE ENVIDIAR AL QUE BRILLA
SIMPLEMENTE HAY QUE IMITARLO!!!

3
lein, M. (1988): Envidia y Gratitud y otros trabajos. Obras
Completas. Ed. Paidós. España. Pág. 208.
4 bídem.
5 http://www.mensajesparati.com/reflexiones/la-serpiente-y-la-luciernaga.html